Vivienne Westwood: God Save The Queen

A finales de los años 70, el Reino Unido tenía dos reinas: la oficial y Vivienne Westwood, la madre del punk. Mucho antes de que la diseñadora fuese considerada una dama por parte del imperio británico —lo es, oficialmente, desde 2005, cuando Isabel II le otorgó el título de Dame Commander of the Order of the British Empire (que ella aceptó de mil amores)— y que su exmarido Malcolm McLaren grabase en 1994, con Caterine Deneuve, otra gran dama del cine galo, una declaración de amor a la capital francesa, ambos fueron los padres del último gran movimiento estético (y ético) del siglo XX. “No hay futuro”, gritaban aquellos jovencísimos ácratas, liderados por los Sex Pistols. Pero sí lo había: un futuro lleno de dinero mientras su versión del himno de Inglaterra, God Save The Queen (pronunciado como Dios afeite a la reina: God Shave The Queen), se encaramaba a lo más alto de las listas de éxitos.

“Aún recuerdo cómo surgió el punk”, me contó años después Joseph Corré, hijo de ambos, en una cena organizada por Agent Provocateur, la firma de lencería de lujo que había fundado en 1994, en Londres. “Mi padre y mi madre había, comprado un montón de camisetas por la mañana en el mercadillo de Camden Town y aquella noche las destrozaron con cuchillas de afeitar, tijeras y todo lo que encontraron en la cocina mientras preparaban la cena. Al día siguiente las vendieron en la boutique de mi madre y el resto es historia”. La tienda se llamaba Sex y el resto, en efecto —con permiso de Johnny Rotten, Sid Vicious y Nancy Spungen, su difunta novia apuñalada en la bañera (el bajista de los Sex Pistols murió cuatro meses más tarde, poco después de ser detenido por asesinato)—, es historia. Pero Historia de la Moda.

Nacida en un pueblo, Tintwistle, en el condado de Cheshire —como el gato de Alicia de en el País de las Maravillas—, en abril de 1941, hija de un matrimonio de clase baja que en su infancia se mudó a Londres. “Con cinco años ya era capaz de diseñar zapatos y desde los once me hago mi propia ropa”, recuerda la diseñadora en una de las pocas entrevistas en las que rememora su infancia. “Cuando era niña vi una imagen de la crucifixión de Jesucristo que me cambió la vida. Mis padres me habían hablado del niño Jesús, ¡pero no de lo que pasaba después! Así que pensé: “Esto no me puede pasar a mí, no me puede pasar a mí”. No le pasó. Tras su paso fugaz por la Escuela de Arte Harrow, en la Universidad de Westminster, en un curso de orfebrería y joyería que abandonó antes de seis meses —“no me imaginaba cómo una chica de clase obrera como yo iba a vivir del mundo del arte”, explicó después—, y otro episodio igual de efímero en esa institución llamada matrimonio, que le dejó un hijo, Ben, y el apellido por el que fue conocida el resto de su vida (su primer marido, Derek Westwood, trabajaba en una fábrica y ella diseñó y cosió su propio traje de novia). Tiempo después llegaría a su vida un personaje fundamental: Malcolm McLaren, quien se convirtió en su segundo marido.

A los pocos meses de conocerlo, ya vivían juntos. Aunque ella trabajaba como profesora en una escuela de primaria, también le ayudaba vendiendo discos y ropa, que ambos intervenían, en una tienda en el 430 de Kings Road, en Chelsea, que cambiaba de nombre cada temporada — Let It Rock, Too Fast To Live, Too Young To Die…— hasta que llegó el definitivo: SEX. “A Malcolm se le ocurrió la idea de utilizar el sexo para provocar al sistema, porque decía que Inglaterra es un país de exhibicionistas”, rememora. “Su lema era: ‘Vístete de cuero para ir a la oficina’”. Y así, con pantalones de cuero, cresta Tomahawk —el hacha de guerra más temida por el Séptimo de Caballería— y una playaera desgarrada y cosida con imperdibles, así nació el uniforme de una generación de artistas rebeldes y contestatarios, que se reunían en aquella tienda. “Vivienne y Malcolm usaban la ropa para escandalizar y provocar una reacción, pero también para inspirar un cambio”, explica Viv Albertine, líder de otra banda punk, The Slits, nacida bajo el ala protectora de aquel par de provocadores exquisitos. “Los suéteres de mohair tejidos con aquellas agujas enormes, tan sueltos que se podía ver a través de ellos, las camisetas cortadas y escritas a mano, con las costuras y las etiquetas en el exterior, mostrando la construcción de la prenda…

La diseñadora británica creó la icónica playera “God Save the Queen”, basada en la portada de un disco de los Sex Pistols en 1977.

Esas actitudes se reflejan en la música que hacemos. Está bien no ser perfecto y mostrar el funcionamiento de tu vida (y de tu mente) en tus canciones y en tu ropa”. En 1981, cuando sus diseños ya eran globalmente conocidos en todo el mundo tras la eclosión del punk, presentó su primer desfile en la London Fashion Week con una colección, Pirate, que recibió críticas fabulosas y la impulsó a seguir adelante en una industria en la que era casi como una francotiradora con frases como esta: “Compra menos, elige bien y hazlo durar”. Lo más paradójico es que, aunque su matrimonio con el manager de los Sex Pistols se había disuelto de manera legal y pacífica un año antes, su asociación con McLaren siguió activa en el ámbito creativo y juntos firmaron las siguientes colecciones de la diseñadora bajo la etiqueta Worlds End: Savages (1981), Buffalo/Nostalgia of Mud y Punknature (1982), Witches e Hypnos (1983), hasta la última coleccióndel tándem, Clint Eastwood (finales de 1984-principios de 1985). A partir de mediados de los años 80, voló por libre en una industria, la británica, que no la recibió precisamente con los brazos abiertos. “Me la tenían jurada desde el principio.

Westwood compartiendo un momento con Yves Saint Laurent.

Nunca les gusté ni les hacía gracia mi éxito”, aseguró. Para ella, ir a todas aquellas galas en las que les daban el premio a todos los diseñadores excepto a ella, se convirtió en una refinada tortura a la que ella respondió con colecciones de corte historicista que, en aquel momento, eran consideradas poco menos que como disfraces de época hasta que el zeitgeist cambió y en 1990 recibió el premio al Diseñador del Año, galardón que repitió en 1991, siendo la primera vez que un creador británico lo recibía durante dos años seguidos. A partir de entonces y hasta su coronación como reina de la moda británica con su nombramiento como Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico —distinción que recibió sin ropa interior “porque no he encontrado ningunas bragas que me gusten”—, su trayectoria fue tan sólida como meteórica con diseños inspirados en el pintor rococó François Boucher, en la corsetería clásica y la crinolina victoriana en versión mini, y en el tartán y el guardarropa de la aristocracia británica.

Westwood compartiendo un momento con Karl Lagerfeld.

Junto a ella, su última pareja, a quien conoció en 1980 en la Universidad de Artes Aplicadas de Viena, donde había acudido para dar clases, el director creativo y diseñador Andreas Kronthaler, con quien estuvo casada durante 30 años que su muerte. Juntos transformaron la marca de Vivienne Westwood en un imperio que fue uno de los pioneros en la industria en apostar por la sostenibilidad y el activismo climático. “El único antídoto a esta sociedad de consumo es la cultura. El enemigo es el corrupto sistema financiero para pasar a una economía verde”, aseguró hasta el final. DEP (Descanse En Punk).

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