100 años sin Franz Kafka

El surrealismo de Kafka no ha muerto. Está en todas partes, como su obra. A los 100 años de su muerte, sucedida el 3 de junio de 1924 por tuberculosis, el mundo le rinde tributo, sin duda es uno de los más grandes autores del siglo XX y de los más influyentes. La pesadilla de Gregorio Samsa cuando se despierta convertido en cucaracha, en La metamorfosis; el agobio que vive Josef K. en El proceso, metáfora de todos los laberintos e infiernos burocráticos y absurdos o la angustia de El Castillo por encontrar los caminos para llegar al poder y enfrentarse a un sistema que es un microcosmos irracional creado por los humanos, pero inhumano —quizá como la inteligencia artificial—, son obras inmortales que hoy nos acompañan y que son más actuales que nunca. Relató como nadie la angustia del hombre contemporáneo, la soledad y la frustración ante la sociedad. “Soy una jaula en busca de pájaro”, escribió.

Dicen que Kafka murió sin saber quién era Kafka, porque algunas de sus novelas fue- ron póstumas, como su gloria, y él pidió quemar sus escritos y toda su obra. Bendita des- obediencia, gracias a ella disfrutamos de uno de los mejores escritores del siglo XX. Preparando su muerte por una tuberculosis que padecía desde los 34 años, le dijo a su amigo Max Brod: “Mi última petición. Todo lo que dejo atrás, (…) en forma de cuadernos, manuscritos, cartas, borradores, etcétera, deberá incinerarse sin leerse y hasta la última página”. Hoy se reeditan estudios y obras suyas con La Galaxia Gutenberg y Editorial Alianza. Y se estrena la película Franz en la República Checa, de la directora polaca Agnieszka Holland, además vienen series y documentales. Se recopilan sus dibujos, otro de los secretos de su obra. En Praga tiene un museo que rinde tributo a todo su legado, pero su ciudad natal estuvo prácticamente prohibida durante la época comunista, y la ciudad los descubrió casi en los noventa.

Nació en una familia de origen judío, en Praga, era el mayor de seis hermanos, de los cuales dos fallecieron, y tres hermanas fueron asesinadas en campos de exterminio nazi. Creció en un ambiente estricto y una cultura alemana. Estudió derecho obligado por su padre, un comerciante que decía de sus empleados que “eran enemigos pagados”, ejemplo de autoritarismo, se educó con sus gritos y desprecios. Después de la universidad trabajó en una empresa de seguros que sin duda le inspiró muchas escenas surrealistas, con eso tenía trabajo para sus dos vocaciones: la literatura y la pintura. Carta al padre, surge de su frustrada relación con su progenitor, Herman Kafka, también Metamorfosis, donde revela sentimientos que vivió cuando su padre le humilló y le despreció.

El inicio de Primera Guerra Mundial coincide con su época más prolífica, entre 1913 y 1919, en la que escribió la novela inacabada El proceso; La condena (1913); La metamorfosis (1915); El chofer, y poco después El fogonero (1913); La colonia penitenciaria (1919), y Un médico rural (1919), compuesta de 14 cuentos fantásticos. Sus textos fueron publicados sin mucho éxito en Praga. Con 29 años conoció al amor de su vida, a quien escribió más de 500 cartas, pero la tuberculosis les separó. “Yo no sé si deseo ahogarme en el amor, en vodka o en el mar”, escribió. Murió en Viena, con su última pareja Dora Diamant, a quien conoció dos años antes. Dicen sus biógrafos que Kafka no era tan sombrío como los textos que dejó. Alto, delgado, bien vestido, elegante, con sus ojos oscuros y su mirada inteligente era también un seductor. Kafka conoció a Dora Diamant en julio de 1923, tres meses después se fueron a vivir juntos a Berlín, dejando Praga y a su familia. Para Kafka fue “la mayor proeza de toda mi vida” y la propia Dora Diamant señaló, “Vivir con Franz un solo día, vale más que toda su obra”. Ya lo dijo Kafka: “El significado de la vida es que se detiene”.

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