Louis Vuitton comenzó a fabricar baúles en 1854. Visionario, ya desde entonces concebía el equipaje como un todo perfectamente personalizable, adaptado a las necesidades de cada cliente, hecho por tanto a medida. Con los años la firma ha diseñado piezas extraordinarias para atender y satisfacer las necesidades más singulares de muchos grandes personajes: una Tea Case para el Maharajá de Baroda, un secreter para el compositor y director de orquesta Leopold Stokowski, o el neceser Milano, que asombró en la Exposición de Artes Decorativas de París, de 1925.
Esta tradición constitutiva de una marca que hunde sus raíces en la más depurada artesanía del cuero y la madera, fue produciendo, a lo largo de su historia piezas excepcionales que aún hoy tienen continuidad en la sección de Pedidos Especiales que la firma mantiene y alienta, orgullosa de una tradición que ha servido a muy distinguidos clientes, a veces entre la necesidad y la extravagancia. Pero para ambas ha tenido siempre una respuesta adecuada el savoir faire de Louis Vuitton, anclado en los orígenes de la firma y favorecido por una voluntad de excelencia que encuentra sus mejores cómplices en un excepcional plantel de expertos artesanos instalados en la fábrica de Asnières, a las afueras de París, en el mismo lugar que dispuso y desarrolló en su día el propio Louis Vuitton para el departamento.
Asnières
Asnières está situado a orillas del Sena, lo que ya entonces facilitaba la llegada de materias primas, incluida la madera de álamo necesaria para los ya famosos baúles Vuitton. También en esas afueras del noroeste de París se disponía ya entonces de un medio de transporte moderno y ágil: por Asnières pasaba una de las primeras líneas ferroviarias en Francia, la que conducía a la Gare Saint-Lazare, cerca de la primera tienda del fabricante de baúles parisino. Construidos en el estilo futurista de la época impuesto por Eifel, estos luminosos talleres supusieron un cambio radical respecto a los oscuros talleres de la capital.
Asnières se convirtió rápidamente en el corazón del savoir-faire de Louis Vuitton, y allí se construyeron baúles, equipaje y pedidos especiales para su envío a todo el mundo. Y en Asnières se siguen fabricando, absolutamente a mano, pedidos especiales llegados de todo el mundo: desde un baúl clásico hasta un contenedor a medida para equipos de grabación digital, las creaciones abarcan el pasado, el presente y el futuro, enlazando la herencia orgullosa con la voluntad contemporánea.
Los orígenes
Con apenas 14 años, Louis Vuitton abandonó la casa familiar en la región del Jura, montañosa, aislada y muy boscosa entre Francia y Suiza, para dirigirse a París, llevándose consigo solo unas pocas pertenencias y sus habilidades como carpintero, transmitidas a través de una línea familiar de artesanos. En 1837, el adolescente llegó a la capital, donde la riqueza y el aire cosmopolita convivían con la pobreza extrema. Inteligente y perspicaz, Louis Vuitton fijó su mirada en la zona de la Place de la Madeleine y la Rue Saint-Honoré, buscando empleo como fabricante de maletas y empacador.
El joven Louis fue desde entonces testigo privilegiado de los cambios sociales, políticos y económicos que se fueron produciendo en la capital, sintonizándolos con sus propios planes. Cuando Louis Vuitton abrió su propio negocio en 1854, en la Rue Neuve-des-Capucines, había perfeccionado tanto su oficio que disponía de una visión propia que le diferenciaba de la competencia. Desde el principio, se declaró un “empaquetador” de modas: la década de 1850 era aún una época de vestidos opulentos, crinolinas y faldas anchas, que requerían contenedores ingeniosos y manos hábiles para empacar y transportar.
Louis Vuitton proporcionó ambos, pero mientras tanto repensó el baúl tradicional para hacerlo más ligero y resistente. Frente a las crepusculares costumbres indumentarias y viajeras de la época, Vuitton se dio cuenta rápidamente de que un baúl sería siempre más práctico y eficiente que los diseños clásicos de cajas y embalajes. Para la confección de sus baúles eligió una tela cubierta con pintura al óleo, un material de cobertura impermeable y ligero pero duradero. A medida que los fabricantes rivales comenzaron a copiar sus innovaciones, optó por diseños cada vez más complejos, pasando de la tela gris a otra con rayas de colores, y más tarde a un diseño a cuadros hasta hoy conocido como Damier.
En 1896, su hijo mayor, Georges-Louis, creó el Monogram en honor a su difunto padre. Había nacido un icono perdurable, revolucionario. Con sus iniciales entrelazadas y un círculo de cuatro pétalos encerrados en un diamante cóncavo, esta firma se convirtió instantáneamente en un símbolo universal de la modernidad y en uno de los primeros ejercicios de una marca de lujo, de una cultura global que estaba naciendo.
De ayer a hoy Patrón de las Artes, la renovación de la casa llevada a cabo por Georges-Louis Vuitton a fines del siglo XIX se basó en la colaboración con maestros locales del Art Nouveau (que aportaron vidrieras, decoraciones de las paredes y muebles), y así se mantiene hoy en día, cuando el hogar familiar (es preciso recordar que tras su construcción en 1854, la familia Vuitton ocupó el piso superior sobre los talleres artesanales, y allí habitó durante décadas) mantiene la sensación mágica de un lugar que ha sido testigo de la vida y el trabajo de grandes artesanos y mentes brillantes, renovadoras de la tradición desde la creatividad.