Los relojes clásicos de Montblanc se definen por la elegancia y el abolengo histórico de la marca. Y este elemento sigue y perdura en sus nuevas creaciones, con el reciente lanzamiento de los dos modelos Star Legacy Orbis Terrarum, reinterpretando el reloj Orbis Terrarum lanzado originalmente en 2014, brindando estilo y legibilidad. Los relojes presentan una complicación moderna e interna de la hora mundial que es práctica y fácil de usar, y presenta un estilo de relojería clásico y moderno.
Orbis Terrarum proviene del latín, que significa “globo”, “tierra” y “mundo”, y proporciona la inspiración para el nuevo Star Legacy Orbis Terrarum. El término se refiere a los primeros textos geográficos y mapas que la humanidad produjo en el primer milenio después de JC. Los relojes Montblanc Star Legacy Orbis Terrarum vienen en una caja de acero inoxidable o en oro rosa de 18K y funcionan con un movimiento automático equipado con una complicación de fabricación, desarrollada internamente por los ingenieros de Montblanc. Además, las sub-esferas presentan un contraste de color claro y refinado del azul oscuro al azul claro para la versión de acero y del marrón al marrón claro para la edición limitada.
En cuanto al diseño, los indicadores han sido completamente modificados para permitir una alta visibilidad y estética, manteniendo su cara con los dos discos giratorios superpuestos. En estas nuevas versiones el disco de zafiro lleva un recubrimiento metálico de rodio u oro rosa aplicado directamente sobre él para que los continentes y meridianos del hemisferio norte se destaquen sobre los mares y los océanos, proporcionando una estética tridimensional a los relojes. Está rodeado por un anillo que representa las 24 ciudades.
Los nuevos modelos vienen en una caja de 43 mm de acero inoxidable o en oro rosa de 18 quilates para la versión de edición limitada. Presenta una estética pulida combinada con acabado satinado en los laterales. Los relojes Montblanc Star Legacy Orbis Terrarum son resistentes al agua hasta 50 metros y vienen equipados con una correa Sfumato azul para la versión de acero y una correa Sfumato marrón para la versión de oro rosa, que provienen de la peletería en Florencia, Italia.
Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.