En la novela Un mundo feliz, Aldous Huxley imaginó un futuro donde la felicidad era cuestión de una dosis: soma, una droga perfecta para olvidar preocupaciones. De esa idea nace Somma —con doble “m” y guiño al sommelier—, un wine bar que convierte el vino en un ritual cotidiano, accesible y placentero. Nada de etiquetas, solo etiquetas (de vino). Aquí, tomar una copa es una forma de sentirse bien, cualquier día de la semana.
El primer Somma abrió sus puertas en la colonia Cuauhtémoc, en un rincón de apenas 57 m² sobre Río Lerma, y pronto se volvió un favorito local. Más de 120 etiquetas internacionales, un ambiente cálido y una filosofía clara: el vino es para todos. Ahora, con su nueva sede en Polanco (Virgilio 8), el concepto crece sin perder su alma.

La propuesta se expande con cocina a cargo del chef Lázaro Álvarez (ex Prendes), una curaduría sonora que incluye Hi-Fi y DJ sets en vivo de miércoles a sábado, y una energía que invita a quedarse más de una copa. La carta sigue siendo democrática: al menos 20 botellas abiertas para pedir por copeo y un equipo joven que te guía sin condescendencia.

El menú mezcla sabores mexicanos y españoles con sencillez: croquetas, salmón, un french dip adictivo. Comida pensada para compartir, conversar y acompañar el vino, no para robarle protagonismo.

Detrás de la selección está Pablo Mata, uno de los sommeliers más reconocidos del país. Bajo su batuta, Somma ofrece una experiencia íntima, pero nunca solemne. Aquí se vale venir solo, en pareja o con amigos. Se vale saber o no saber de vino. Lo que importa es brindar, pasarla bien y volver.

Somma no busca ser el hotspot del momento, sino ese lugar al que siempre quieres regresar. Un refugio honesto, vibrante y duradero, donde el vino y la música hacen maridaje perfecto.
