Sebastião Salgado, Objetivo: La Tierra

“Debemos preservar, debemos conservar todo esto como nuestro patrimonio mundial, nuestra herencia”, decía Sebastião Salgado al hablar de los paisajes que retrataba. Con su fotografía documentó de manera única los desafíos de la humanidad: la defensa de la naturaleza, la protección de los migrantes o la mejora de las condiciones de trabajo. Su fallecimiento, ocurrido en mayo pasado, dejó al mundo de la fotografía huérfano, y a muchos como él, sin un referente en la lucha por sensibilizar a la humanidad sobre los peligros que enfrenta el planeta si no lo protegemos.

La fuerza de sus imágenes en blanco y negro conmovió al mundo. “En las fotos en blanco y negro no hay ni blancos ni negros”, afirmaba, “solo grises. Y con esos grises se representa el universo”. Añadía también: “Al quitar el color, presto toda la atención a la persona, su personalidad y su dignidad”. Con su última exposición, presentada en el Museo Nacional de Antropología de México, puso la mirada en el Amazonas y su inmensa naturaleza en peligro de extinción por la intervención humana. “Están destruyendo el planeta y tenemos la obligación de mantener algunos de sus grandes santuarios”, advirtió.

Su mensaje es también una alerta para salvar nuestra propia especie. Salgado evidenció desigualdades y puso el foco en los tesoros naturales con una fotografía comprometida y llena de fuerza. La trayectoria de Sebastião Salgado es un ejemplo de coraje. Nació en 1944 en Aimorés, en el estado brasileño de Minas Gerais. Creció en una hacienda y desde pequeño sintió un profundo respeto y amor por la naturaleza. Su obra, de gran envergadura y siempre con una mirada profunda, tiene una fuerza transformadora. Entre sus trabajos más destacados se encuentran Trabajadores (1993), donde retrata la dura vida de los obreros de todo el mundo; Éxodos (2000), un homenaje a las migraciones humanas, que no ha perdido vigencia, además de ser y un re- trato conmovedor de los desastres naturales, el deterioro ambiental y la hambruna. Con Génesis, se propuso mostrar la belleza del planeta, revertir el daño causado y promover su conservación para el futuro.

En sus numerosos viajes, Salgado recorrió paisajes a pie, en avioneta, globo, buque o canoa. El resultado fue una colección de imágenes que muestran la naturaleza en estado puro: animales, pueblos indígenas y paisajes iluminados con una luz asombrosa. Solo con imágenes en blanco y negro lograba conmover y revelar toda la riqueza de la Tierra. Metódico y disciplinado, su fotografía rozaba lo espiritual, casi como un sacerdocio. El propio Salgado relataba sus inicios en la relación con la naturaleza:“Yo había crecido en una finca de Vale do Rio Doce, en Minas Gerais, junto con mis siete hermanas, rodeado de vegetación tropical, llena de aves y animales salvajes, de ríos rebosantes de peces, de onduladas colinas que nos permitían imaginar el mundo más allá”. Sin embargo, ese paraíso desapareció.

Hacia mediados de los años noventa, como sucedió con muchas fincas de la región, la deforestación y la erosión habían agotado la tierra. Esa devastación lo llevó a com- prometerse más allá de la fotografía, con acciones concretas de reforestación, cultivo y cuidado del entorno. Junto con su esposa Lélia, creó el Instituto Terra, uno de sus grandes legados: una institución dedicada a la defensa ecológica. En sus últimos años, Salgado dedicó su tiempo a la restauración del río Doce, en Brasil. Del arte pasó a la acción. Con el Instituto Terra logró reforestar más de dos millones de árboles, transformó un paisaje devastado y demostró que el arte puede ir de la mano con el activismo para cambiar el mundo. Cada una de sus fotografías nos invita a imaginar —y defender— un planeta mejor.

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