Robert Redford, la seducción de una era

Actor y activista, pocos pueden presumir de haber mantenido el estatus de estrella durante más de 50 años. Seducción y compromiso lo acompañaron siempre. Representaba la elegancia masculina en su versión más carismática: una personalidad que jamás pasaba desapercibida. Falleció a los 89 años, tras una larga carrera como actor, director y productor.

Uno de los gigantes de la pantalla. Tras su atractivo físico, que sedujo a generaciones de espectadores, se escondía un inconformista que no quería ser solo un rostro bonito. “Me interesa interpretar personajes con aspectos diversos”, declaró en una ocasión. El diario The Guardian recordaba: “Sydney Pollack, con quien trabajó en siete películas “incluido el thriller de espías Tres días del cóndor (1975)”, describió a Redford, quien siempre se sintió incómodo con su imagen, como “una interesante metáfora de Estados Unidos: un chico apuesto con un lado oscuro”. A muchos de sus personajes les imprimió un humor ingenioso, capaz de sugerir, con sutileza, una psicología más compleja.

Amante de la literatura, persiguió interpretar El gran Gatsby (1974), uno de sus trabajos más emblemáticos. Con su mirada segura y cautivadora, conquistó al mundo entero. Redford nació en Santa Mónica, California, en 1936. Su primera pasión fueron los deportes “tenis, béisbol, escalada, esquí”, aunque confesó: “Nunca disfrutaba el deporte, estaba obsesionado con ganar”. Dotado también para el dibujo y la caricatura, se aventuró a París para probar suerte como artista, pero pronto regresó a Estados Unidos. En 1959 debutó en Broadway, y dos años más tarde llegó su primer gran éxito con Sunday in New York, de Norman Krasna. Su gran salto al estrellato se consolidó con Todos los hombres del presidente (1976), donde interpretó al periodista Bob Woodward junto a Dustin Hoffman.

En los años ochenta su pasión se volcó también en la producción y dirección: fundó el Festival y el Instituto Sundance, en su finca de Utah, que se convirtió en un escaparate para el cine independiente y una escuela para nuevos talentos. Su compromiso social se reflejó también en el ámbito ecológico: creó el Instituto para la Gestión de Recursos, con la idea de unir ecologistas y promotores inmobiliarios en busca de un desarrollo respetuoso con el medioambiente. Papeles como Brubaker (1980) o el amante de Karen Blixen en Memorias de África (1985) consolidaron su estatus de leyenda. En 1980 estrenó su ópera prima como director, Gente como uno, una mirada íntima a la familia que le valió el Oscar a Mejor Película y Mejor Director. Recibió también un Oscar honorífico en 2002.

En la década de los noventa brilló con Una propuesta indecorosa (1993) y Quiz Show (1994). En 1998 se dirigió a sí mismo en El hombre que susurraba a los caballos, un retrato sensible de un vaquero de Montana. Ya en el siglo XXI continuó activo con películas como All Is Lost (2013), un monólogo fílmico donde interpretó a un marinero náufrago en lucha por sobrevivir. Su último protagónico fue en The Old Man & the Gun (2018), como el carismático asaltante de bancos Forrest Tucker.

Siempre estuvo preocupado por los abusos del poder y la defensa del periodismo libre. Al anunciar su retiro, en una entrevista con El País, le preguntaron por la película con la que le gustaría ser recordado. Su respuesta fue clara: “Me gustaría ser recordado por todo: el trabajo en televisión, en cine, en teatro. Y por mi labor medioambiental”. Un hombre eterno, tan seductor como comprometido.

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