TEXTO: RICARDO BALBONTÍN
Un templo para construir aret… donde se veneran y amplifican 270 años de historia, de creación de artesanía y de espacio para la innovación. La manufactura de Vacheron Constantin en Ginebra es eso y mucho más. Es la demostración palmaria de la evolución de la marca más longeva de la relojería, que nunca ha parado sus máquinas desde aquel septiembre de 1755 en el que Jean-Marc Vacheron comienza a escribir el primer capítulo de una historia en la que siempre ha estado presente la búsqueda de la excelencia transmitida de generación en generación. Y donde, por supuesto, los hombres y mujeres que allí trabajan –es muy llamativo ver un cuadro en uno de sus pasillos donde aparecen los nombres y la foto de aquellos que llevan más de diez años en la compañía– han puesto pasión, experiencia y creatividad para forjar una identidad única, la de Vacheron Constantin, que ofrece un sutil equilibrio entre maestría técnica y sensibilidad artística.

Por supuesto, con los estándares más elevados de precisión cronométrica, un elemento esencial para entender la filosofía creativa de Vacheron desde sus orígenes y que acompaña tanto a los calibres más sencillos como a los más complicados. La búsqueda de la precisión cronométrica está simbolizada por la cruz de Malta, emblema de la maison desde 1880, y que tuvo su inspiración en la forma de un componente de los primeros movimientos que mejoraba la fuerza constante del resorte.

Ejemplos varios de esta excelencia en la cronometría –como el cronómetro de bolsillo de 1869 regulado por un escape de détente de gran precisión; o la creación de 1947, también de bolsillo, presentada en el Observatorio de Ginebra y probada durante los 44 días que duró la competición, con una desviación de la velocidad media diaria de solo dos centésimas de segundo– han quedado registrados en los libros de la compañía, y también en las más de 1.600 piezas que componen una colección patrimonial que se inició en 1906.

Fue cuando se percataron de que no tenían piezas que llevar a la Feria Internacional de Milán, donde habían sido invitados. Todas ellas son el reflejo de la evolución de una compañía que, como las escaleras interiores de su edificio ginebrino, nunca ha dejado de ascender.

Basta entrar en la parte más industrial para entender su dimensión… y también su criterio. Vacheron Constantin tiene el privilegio de ser considerada una de las manufacturas clásicas. Pero no es este un título honorífico, sino que plasma un comportamiento que se observa en cada uno de los departamentos que ‘construyen’ el reloj final. Tiene esa sabia mezcla de la tradición más intensa con los avances que ha aportado la tecnología a la relojería, pero la mano del hombre –y cada vez más, también de la mujer– nunca ha dejado de estar presente para conformar un espectáculo mecánico que sigue bebiendo en la fuente de la excelencia que la historia de la marca exige.

Algo que se percibe en detalles como la fabricación de su propia espiral —uno de esos elementos que definen a las grandes manufacturas—, un proceso en el que el alambre va pasando por distintas fases en las que se afina y refina el material bruto hasta conseguir un elemento fino pero resistente que forma parte vital de esa perfección cronométrica. Pero si la técnica puede resultar brillante, pasar por los talleres Métiers d’Art que aglutinan las Artes Decorativas es, simplemente, deslumbrante. Grabadores, artistas del guilloché, engastadores y esmaltadores trabajan en directa conexión con el estudio de diseño, perpetuando esa historia de casi tres siglos, en los que Vacheron Constantin ha sido fiel a sus ideas y a una forma de entender la creatividad que le hizo llegar a todo el mundo. Porque el arte no tiene fronteras.

