El mar Caribe y las playas de la Riviera Maya, específicamente las de Hotel Andaz Mayakoba, fueron el escenario que la firma americana eligió para trasladarnos al concepto The Great Escape y mostrarnos la colección Otoño 2019 de Nautica.
Tres días donde el espíritu náutico estuvo presente. Desde la llegada al hotel, la bienvenida nos la dio Elizabeth Weiesel, gerente senior de márketing para Nautica, quien además fue nuestra anfitriona durante la soleada experiencia y quien nos explicó sobre el concepto Great Escape que Nautica tiene preparado para la temporada más templada del año. “Este concepto se basa en la búsqueda de experiencias inolvidables, y qué mejor que, al momento de disfrutarla, estés acompañado de una prenda o accesorio de nuestra firma”, nos dice.
Con poco más de 36 en el negocio de la moda, Nautica se reinventa constantemente y ofrece una amplia gama de productos que van desde mezclilla, trajes de baño, calzado, gafas, tejido de punto, suéteres o chamarras.
La nueva colección de Otoño 2019 integra colores como el púrpura, el reconocido azul náutico, así como acentos en verde agua, mismos que se pueden apreciar en playeras, polos y trajes de baño, mismos que pudimos apreciar a todo color y con el sol como testigo a bordo de un catamarán, donde todos los invitados lucían de manera anticipada de esta nueva colección que recorrió las cristalinas aguas del mar Caribe. El estilo Nautica de proa a popa.
Para los entusiastas de la marca, cabe mencionar que no se han olvidado de su logotipo, ya que en las prendas se han creado nuevas interpretaciones para darle un aire contemporáneo. La experiencia The Great Escape se extiende a suéteres y chamarras ligeras bajo la colección Navtech.
Prendas con características como stretch, repelentes al agua y detalles reflejantes para ofrecer seguridad. La firma tampoco se olvida de que el otoño también es frío y ofrece chamarras con forro polar y suéteres estilizados. Toda la colección se encuentra disponible en El Palacio de Hierro y Liverpool.
Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.