El nuevo ejemplar de Tudor, firma hermana de la poderosa Rolex, se mueve como pez en el agua cuando se trata de relojes vintage, y es que esta pieza que retomó vuelos en el 2018 con la llegada del Black Bay Fifty-Eight de acero y carátula negra, es reinterpretada este 2020 en azul o mejor dicho, en “navy blue”, el nombre oficial.
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La colección Black Bay de Tudor tiene profundas raíces vintage, cabe recordar que la pieza lanzada originalmente en 1958, representa el primer reloj de submarinismo creado por la firma, misma que es reconocida por los entusiastas de la marca con el apelativo “Big Crown” (referencia 7924) y que ostentaba una caja de 39 mm, dimensión que se repiten en este nuevo Navy Blue.
Otros detalles que se conservan de sus antecesores y que, sin duda, encantan, son las manecillas de tipo snowflake que fueron introducidas por Tudor en 1969 para distinguir a sus piezas destinadas para el submarinismo, aunque en este caso vienen revitalizadas con un revestimiento fosforescente Super-Luminova de grado A, que también se ha aplicado a los marcadores de hora, esto permite que su dueño tenga perfecta referencia de la hora cuando se encuentra sumergido.
Hablando de la parte técnica, el Black Bay Fifty-Eight Navy Blue ofrece un calibre MT5402 enteramente creado en la manufactura y que ofrece horas, minutos y segundos que, además, cuenta con una certificación COSC con una tolerancia más allá de lo habitual, -2 y +4 segundos. Además, ofrece una reserva de marcha de aproximadamente 70 horas.
Para concluir, debemos mencionar que el Black Bay Fifty Eight Navy Blue se ofrece en tres versiones, la primera en brazalete de acero, otra en azul de tacto suave y la última en tejido Jacquard azul con banda plateada, esta última fue creada por la compañía Julien Faure en sus telares de Jacquard del siglo XIX, y es que este 2020 dicha empresa de tejidos cumple diez años de alianza con Tudor y lo celebra de gran manera con la llegada de este Black Bay Fifty-Eight Navy Blue, que no hace más que conquistar.
Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.