Los años 60 lanzan sus últimos suspiros en la Ciudad de México y dos amigos de ocho años juegan a esconderse en el fondo del camión del lechero. La furgoneta continúa su reparto con ellos dentro y, horas más tarde, con varios kilómetros a sus espaldas, son descubiertos y expulsados del auto. Desorientados y sin dinero, los amigos tienen que regresar a casa. Mientras lo logran, cada día descubren un rincón diferente de la urbe. “Así fue como conocí la ciudad”, confiesa hoy uno de esos dos niños, el escritor mexicano Juan Villoro. Él no ha dado por finalizado aquel juego, sólo que ahora observa la ciudad para contarla.
Su último libro, El vértigo horizontal (Almadía), recopila sus mejores crónicas publicadas y atraviesa su biografía emocional mezclada con la de la Ciudad de México, pues la historia de la urbe corre por sus venas incluso antes de su nacimiento. “La banda del automóvil gris, una de las primeras películas mexicanas, cuenta el asalto a la casa de mi abuela”, confiesa.
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“Pero todo ha cambiado mucho desde entonces”, continúa. El título del más reciente libro de Villoro habla precisamente de la transformación urbanística de la ciudad. “Es una frase del escritor francés Pierre Drieu La Rochelle. Cuando estuvo en Argentina le preguntaron qué le parecía La Pampa y respondió: ‘Es un vértigo horizontal’. “La horizontalidad de la Ciudad de México se está perdiendo y yo quería contarlo. Cuando Carlos Fuentes publicó La región más transparente, en 1958, esta ciudad tenía cuatro millones de habitantes; hoy, esa cantidad es el margen de error”.
A través de la lectura de El vértigo horizontal se puede conocer a este humanista, apasionado del futbol, cronista de viajes, participante en la redacción del borrador de la Constitución de la CDMX, cuentista y poeta excepcional. Su amigo, Jorge F. Hernández, nuevo director del Instituto de México en España (IME), lo describe como “un novelista con telescopio que, desde la distancia emocional, decide meterse en el corazón del lector”. Y es que Villoro pone el alma en todo lo que escribe. Como él mismo afirma: “Sin emoción no sale bien ni un huevo revuelto”. Y esto, junto a la innegable calidad de su escritura, le ha valido numerosos premios internacionales.
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La primera crónica del libro surgió en 1994 —hace 25 años, cuando los zapatistas pusieron el tema de lo indígena en la agenda de la modernidad— y la última, tras el terremoto de 2017. “Fue la naturaleza quien dio el punto y final al libro”, apunta. “Quise escribir una crónica que fuera una réplica emocional al terremoto”, y su corazón tecleó su poema más famoso hasta el momento, “Con el puño en alto”. Aquel que comienza diciendo: “Eres del lugar donde recoges la basura. Donde dos rayos caen en el mismo sitio. Porque viste el primero, esperas el segundo. Y aquí sigues. Donde la tierra se abre y la gente se junta”, y que se convirtió en un fenómeno viral en redes sociales.
Villoro ama su ciudad. Barrio a barrio. Lo demuestra cuando habla de ella: “En Tepito, además de encontrar uno de los mejores mercados de comida informal de México, puedes comprar DVD de las clases de Foucault o Lacan en la Sorbona”. Y, con una gran ironía, explica que le gustan hasta los embotellamientos de su ciudad. En ellos también rasca inspiración. “Cuando el tráfico no se mueve durante dos horas, lo mismo que dura una ópera de Wagner, y aparece un cartel que pone “gorditas de nata”, uno se da cuenta de que han sido creadas como ansiolíticos para momentos de crisis. Igual que el tequila tiene denominación de origen de Jalisco, las gorditas de nata [la tienen] de embotellamiento”, cuenta entre risas. Con tráfico o sin él, Villoro ya sabe cuál es el camino a casa, aunque se entretenga por el camino para contarnos lo que ve.