El pasado sábado, 6 de octubre, el piloto español de Honda Marc Márquez ganó por sexta vez consecutiva el Campeonato del Mundo de MotoGP y obtuvo su octavo título mundial de su carrera, teniendo en cuenta todas las categorías. Marc, embajador de Tissot desde 2018, forma una asociación de éxito con la empresa relojera suiza de lujo, mientras el motociclista sigue aumentando su leyenda con todos sus logros. Actualmente es el campeón del mundo más joven de la historia y poseedor del récord de ángulo de inclinación.
Con 26 años, Marc, apodado “la hormiga”, por su baja estatura y su robustez, obtuvo excepcionales resultados durante las 15 carrreras del Mundial de motociclismo de MotoGP, donde consiguió 9 victorias, 14 podiums y 9 poles para convertirse en campeón del mundo. En la última competencia del Mundial, el piloto de Honda consiguió la victoria en el GP de Tailandia al vencer al francés Fabio Quartararo en un final de infarto para sumar así su cuarto campeonato de MotoGP consecutivo.
El Tissot T-Race Marc Márquez rinde homenaje al experto piloto y a su impresionante carrera que refleja su naturaleza atrevida. La caja del reloj es redonda de acero inoxidable revestida de cristal zafiro con revestimento antirreflejos. La correa, disponible en negro o en rojo, es de caucho y se asemeja a las ruedas de su moto. Los detalles en rojo simbolizan la pasión que ha llevado al mayor de los Márquez hasta la victoria a la vez que hacen referencia al color del corredor. Las únicas 1.993 unidades este reloj de edición limitada que salieron al mercado están agotadas, pero siguen a la venta opciones igual de atractivas que la que dio suerte al campeón mundial de Moto GP.

Todavía está disponible el MotoGP Especial Edition, limitada a 4.999 piezas que integra el minimalismo en un reloj de corte deportivo. Su austero color negro con matices dorados lo convierte en una joya elegante y versátil. Tanto sus funcionalidades como su precio son los mismos que el del modelo que viste la muñeca de Marc Márquez.

Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.