TEXTO: CRISTINA ALONSO / FOTOGRAFÍA: D.R.
Entre el mar y el desierto, Baja California Sur es de esos lugares que impone con su extraordinaria belleza, pero que al mismo tiempo abraza con la calidez de su energía y la inmensa riqueza de su tierra, sus mares y sus cielos. Con la excusa de ver ballenas —un sueño que he perseguido en varios destinos—, recluté a mi novio para rentar un coche y recorrer tres de los destinos más icónicos del estado, bañados por el Pacífico y el Mar de Cortés.

La Paz
La travesía comienza en La Paz, la capital del estado y un destino que con su puro nombre invita a bajar el ritmo y tomarse el tiempo para conectar con el espectacular entorno natural de la zona. Inmediatamente después de aterrizar, recogemos el coche que nos transportará el resto de la semana y nos dirigimos a Baja Club, nuestro hogar por las primeras dos noches del viaje. Ubicado en una casona de los años veinte en pleno Malecón de La Paz, rediseñada por el estudio de arquitectura Max von Were y el despacho de diseño Jaune Architecture, Baja Club nos conquista desde que cruzamos la puerta.
La construcción histórica, con herrería tradicional y mosaicos de colores, armoniza perfectamente con un edificio contemporáneo, inaugurado en 2020, resultando en un espacio acogedor y atemporal. Elegimos su restaurante, Taverna, para comer antes de embarcarnos en nuestra primera experiencia. Taverna toma lo mejor de los ingredientes de la región —mariscos frescos, vegetales abundantes— para crear una propuesta mediterránea ideal para disfrutarse en el patio central del hotel, rodeados de árboles de cítricos. Después de una clásica ensalada griega, un crudo de pescado con cítricos y un souvlaki de pollo, estamos llenos de energía, listos para dominar las dunas del Mogote, aproximadamente a media hora del centro de La Paz.

Ubicadas en una barrera de arena entre el desierto y el mar, las dunas son el resultado del movimiento constante del viento, que permite que la arena se acumule en imponentes formaciones que contrastan con el brillante azul del cielo. El flujo del viento modifica su tamaño y su altura, creando un escenario ideal para exploradores locales y foráneos, quienes se llenan de adrenalina recorriendo las dunas en motos, camionetas y, en nuestro caso, tablas adaptadas con formica o acrílico. Bajo la guía de nuestro anfitrión de Baja Desconocida, subimos a la cima de la duna —el ascenso con tabla en mano es una odisea en sí—, donde nos explica cómo mantener el balance al bajar por la arena. Mis primeros intentos resultan en caídas a la mitad de la duna, pero las únicas consecuencias son sentir mis tenis llenos de arena y muchas risas.
La ventaja de esta superficie tan suave es que es poco probable lastimarse, a menos que sea una caída sumamente aparatosa. Después de unas tres o cuatro bajadas fallidas, con su respectiva subida de regreso a la cima, logro dominar el equilibrio y los nervios, deslizándome por la arena hasta el final. Con la brisa del mar refrescándonos y el paisaje desértico cambiando de tonalidades al caer el sol, la sensación es de pura libertad. Después de un necesario baño para quitarnos la arena de encima, caminamos un par de cuadras a Tiger Club, un rincón lleno de creatividad en el patio trasero de la concept store Casa Nopal, dedicada al diseño mexicano contemporáneo. En un espacio súper casual ambientado con dibujos de tigres en todos los estilos, Tiger Club ofrece una carta inspirada en los sabores del sureste asiático.

Maridados con vinos naturales, los favoritos como ensalada de papaya, pad Thai y pollo frito son perfectos para compartir. La mañana siguiente nos lleva a la marina para encontrarnos con el equipo de Baja Adventure Co., encargados de mostrarnos uno de los tesoros naturales más impresionantes de México: la isla Espíritu Santo, nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO gracias a su rica biodiversidad y poderosos paisajes creados por formaciones volcánicas y aguas de azul turquesa. Navegamos hasta nuestra primera parada en la punta norte de la isla, donde habita una colonia de lobos marinos. Con el wet suit puesto enfrentaremos las temperaturas bajas del agua, que se olvidan rápidamente al saber lo que nos espera debajo de ella. Unos segundos después del clavado, nos encontramos con encantadores lobos marinos.

Curiosos por naturaleza, los lobos a veces se acercan a la gente, incluso juegan o muerden las aletas. Nuestra responsabilidad, sin embargo, es no acercarnos demasiado, pues a fin de cuentas, ésta es su casa y nosotros solo estamos de visita. De regreso, hacemos una parada en Balandra, apodada por muchos (merecidamente) como “la playa más bonita de México”. Protegida por la CONANP y con acceso restringido a 450 personas por turno (hay uno en la mañana y otro en la tarde), Balandra es ideal para practicar senderismo, esnórquel o kayak, aunque nosotros preferimos relajarnos en la arena. Por su baja profundidad, es posible cruzar prácticamente la playa completa caminando, pues el agua llega aproximadamente a la altura del pecho en las partes más profundas. En sus aguas transparentes distinguimos a pequeños peces que nos acompañan en el camino, absorbiendo la grandeza del paisaje en cada paso.
La noche termina en Nemi, también ubicado a unos pasos del hotel. A cargo del chef Alejandro Villagómez, esta es una cocina contemporánea, donde la enorme diversidad de ingredientes de México inspira un menú que cambia constantemente, de acuerdo con los regalos que la tierra y el mar ofrecen cada temporada. Esta noche, el menú degustación de cinco tiempos nos encontramos con la frescura del jurel, servido en una tostada de maíz azul, y un jugoso camarón zarandeado, todo armonizado delicadamente con vinos mexicanos y europeos.
Todos Santos

Lo que alguna vez fuera un ingenio de azúcar es hoy Santa Terra, una impresionante reserva en el corazón de Todos Santos, el vecino artístico y chic de La Paz. Después de un poco más de una hora manejando por la Carretera Transpeninsular, entre montañas, cardones, y vistazos del océano, llegamos a este complejo en desarrollo, que promete ser uno de los rincones más exclusivos de la Baja Sur, con condominios, jardines comunales y todo tipo de amenidades de lujo.
Al centro se encuentra un bellísimo edificio que aloja boutiques de diseño, galerías y el restaurante Oystera, supervisado por el chef Poncho Cadena. Como bien lo promete su nombre, aquí hay que empezar con un buen plato de ostiones frescos —mitad Kumamoto, mitad Kumiai— en compañía de un Prosecco helado para después adentrarse en otras delicias del mar. Entre un ceviche peruano, un crudo de pescado curado en cítricos y hierbas y un aguachile tatemado, nos autoengañamos con la excusa de que los mariscos se digieren muy rápido para seguir con una pesca del día en salsa de chiles secos y, ¿por qué no? cerrar con una tarta de manzana. El ambiente alegre y a melodía de las conversaciones alrededor invitan a pasar toda la tarde en Oystera entre copas de vino y espresso martinis, pero esto es un road trip y alguien tiene que manejar.
Nuestro hotel está a 15 minutos del centro, en la comunidad de El Pescadero, pero bien podría estar a horas y horas de distancia. El Perdido genera, desde el primer instante, la incomparable sensación de haber escapado a un rincón que pocos conocen y donde nadie nos puede encontrar. Con solo siete villas, construidas con materiales locales como piedra, madera y barro, la privacidad y la intimidad son totales, así como lo es la inmersión en el entorno, pues el hotel está habitado por decenas de cactáceas y plantas locales. La playa está a solo 10 minutos caminando, así que decidimos pasar la tarde paseando por los kilómetros de arena, viendo cómo la puesta de sol pinta el cielo de tonos dorados.
Con los últimos rayos, la playa nos ofrece un regalo más: muy cerca de la costa, una ballena se asoma a saludarnos, expulsando chorros de aire que se hacen más pequeños mientras se aleja. Para cuando estamos de vuelta en El Perdido, nos cubre un cielo repleto de estrellas, esas que de pronto olvidamos que existen cuando estamos en la ciudad. Hacia las ocho de la noche comprobamos que, efectivamente, el pescado se digiere fácilmente, y estamos listos para cenar en un icono local: Jazamango. Proyecto del chef Javier Plascencia, quien ha dedicado su carrera a promover la riqueza gastronómica de la Baja, Jazamango nos recibe con un jardín iluminado y una terraza acogedora que invita a pedir inmediatamente un coctel mientras exploramos la carta. Construida a base del producto más fresco obtenido de ranchos y jardines de la región, la oferta de platos cambia constantemente, haciendo siempre del producto el protagonista.
Lo comprobamos con un plato de almejas chocolatas a la parrilla con mantequilla, cecina de res y soya con pasta de limón fermentado; una ensalada de burrata con tomates heirloom y un ribeye a la parrilla. Las pizzas hechas en el horno de leña de la casa nos saludan desde otras mesas, pero serán la excusa perfecta para regresar en otra ocasión. Después de tres días de viaje, decidimos que es prácticamente una obligación pasar el día junto a la alberca de El Perdido, un auténtico oasis en el desierto. Rodeada de cómodos camastros y ambientada con música suave, nos regala exactamente lo que necesitábamos: varias horas gozando el arte de no hacer nada, con una margarita en mano, por supuesto.
Al caer la noche, nos encontramos con el chef Aurelien Legeay en DUM, un exuberante jardín donde ha creado un concepto culinario con toques mediterráneos y un profundo compromiso con la sustentabilidad. El menú degustación se transforma cada luna nueva, honrando los ciclos de la tierra. En nuestra visita, destacan favoritos como una ensalada de jitomates con sorbete de betabel, una suave totoaba en pipián verde y un original homenaje al tradicional mole de olla servido con short rib.
Los Cabos

No puede haber mejor cierre que en el destino más popular de la península. Los 90 minutos de carretera son una delicia, mostrando kilómetros y kilómetros de costas imposiblemente azules hasta llegar al Hotel El Ganzo en San José del Cabo, donde el diseño y la creatividad están al centro de la experiencia. Ubicado junto a la marina, El Ganzo es una auténtica galería hecha hotel, donde los murales, los pasillos y las habitaciones se convierten en espacios de exhibición para las creaciones de artistas consagrados y emergentes.

Después de completar el check-in, nos dirigimos a Wild Canyon, un paraíso para quienes buscan conectar con la naturaleza con un toque de adrenalina. Entre tirolesas, saltos en bungee y cabalgatas, elegimos el paseo en ATV, una divertidísima travesía en cuatrimoto que nos muestra la belleza del desierto en todo su esplendor: sus caminos rocosos, sus dunas de arena, sus plantas salvajes y sus tonalidades cambiantes al caer la tarde. El recorrido nos lleva hasta la orilla del mar donde, una vez más, un par de ballenas nos saludan a lo lejos, saltando entre la enormidad del océano y recordándonos una de las varias razones por las que estamos aquí.
De regreso en San José, concluimos la noche en Lumbre, un proyecto del chef queretano César Pita, quien se ha enamorado a tal grado de estos rumbos que ya se considera un local adoptivo. En pleno corazón del Art District, Lumbre es tan cálido como su nombre promete, un espacio que combina toques industriales con elementos acogedores, como muros de ladrillo y, por supuesto, mucha madera, además de un poster de Anthony Bourdain que inmediatamente nos hace sentir en casa. Desde la cocina de leña desfilan creaciones como un fresquísimo crudo de atún aleta amarilla con ponzu blanco servido sobre una mandarina, ensalada de betabeles con puré de coliflor y chocolate blanco y carne asada de New York servida con jus de ajo negro y espárragos. El último día del viaje es quizá el más esperado: es hora de ir a buscar ballenas.

La cita es en Cabo Adventures, en la marina de Cabo San Lucas, donde abordamos una lancha zodiac que, después de mostrarnos el famosísimo Arco de los Cabos, cobra velocidad para salir hacia el mar abierto. No pasa mucho tiempo antes de que nuestro guía nos avise que volteemos hacia las 10:00 PM: un par de ballenas están nadando cerca. Empezamos viendo sus lomos cuando, de pronto, somos testigos de algo que jamás pensé ver en vivo: las ballenas saltan del agua, sacando sus cuerpos completos para lanzarse de nuevo, regalándonos el sonido del impacto, el agua que salta a su alrededor, y una de las postales más icónicas de Cabo para guardarla en nuestras memorias para siempre.
El espectáculo continúa por varios minutos, hasta que nuestro guía decide que es momento de continuar con nuestro camino, respetando este espacio que pertenece a las ballenas. El cierre inmejorable nos lleva a Four Seasons Resort & Residences Cabo del Sol, la segunda propiedad de la marca en el destino. Aunque el resort abrió sus puertas en la primavera de 2024, su restaurante Cayao, bajo la visión del chef Richard Sandoval, es una novedad para muchos, incluidos nosotros. La cocina Nikkei es la estrella, uniendo las tradiciones culinarias de Japón y Perú. La esencia de Cayao es compartir,. Cerramos en grande con un rib eye de Wagyu con chimichurri de yuzu-kosho. Hoy, la noche se mueve al ritmo de las olas, la única manera posible de medir el tiempo en este rincón del país.
