Es claro que la velocidad que se experimenta en el aire es muy diferente a la que se siente en los autos; sin embargo, esta casa suiza ha decidido reunir ambos elementos para traer hasta las muñecas de sus más asiduos coleccionistas el IWC Pilot Racing Green, que resplandece a primera vista por el verde intenso de su brillante carátula, en la que se dejan ver los tradicionales elementos de la colección Pilot, como el estilo cockpit o cabina de vuelo, donde se podían leer a contraste indicaciones, así como el tradicional índice triangular a las 12 horas y que tanto fascina a los amantes de los relojes de aviador.
Cabe mencionar que este pequeño índice permitía a los pilotos reconocer de manera instantánea la posición de las manecillas, es decir que podían leer la hora de un solo vistazo. En esta nueva edición el Pilot Racing Green de IWC se ha dotado de luminiscencia para facilitar su lectura.
El primer guardatiempos inspirado en los aires que IWC fabricó apareció a finales de la década de los años 30, sin embargo, su mayor éxito lo lograron en 1949, cuando desarrollaron un reloj para la Real Fuerza Aérea Británica (RAF), reloj mejor conocido por los entusiastas de la marca con el nombre de Mark XI.
Como lo hemos referido, el nuevo IWC Racing Green deja ver todas las características de los relojes de aviador de esta firma creada por Florentine Ariosto Jones en 1868, en una caja de acero con una dimensión generosa de 43 mm que encierra en su interior un calibre 79320 de carga automática que ha acompañado a otros relojes destacados de la marca, como el IWC Pilot Chronograph Top Gun o el Aquatimer Chrono.
Esta característica permite al poseedor de cada una de estas piezas cronometrar, de manera sencilla, tiempos individuales y adicionales. Hay que destacar que el calibre en cuestión se ha recubierto con una caja de hierro que lo protege contra los efectos del campo magnético, mientras que el cristal de zafiro lo hace resistente a las variaciones de presión.
Por su parte, en la carátula Racing Green se puede acceder a indicaciones de horas, minutos y segundos, pequeño segundero con dispositivo de parada, todos con manecillas luminiscentes. Además, ofrece una útil indicación del día de la semana y está coronado con una correa de piel de ternero en color café. Esta edición fue limitada a sólo mil piezas.
Si sólo hubiera dos sillas para sentar a los mejores fotógrafos del s. XX, sin duda una de ellas sería para Irving Penn. El gran genio de la imagen que revolucionó la fotografía, lo mismo retrataba una colilla que un cuadro, unos labios rotos de color que a los grandes intelectuales de la época como Truman Capote, Marcel Duchamp o Picasso. Con la misma fuerza y el mismo talento trataba la mirada de un sabio que un objeto sin vida. Sus imágenes cambiaron la historia de Vogue y otras revistas de moda. Siempre rozó el límite de la fotografía con ironía y exceso, ya fueran modelos de muchos kilos o labios con herramientas.
Se celebran los cien años del nacimiento del artista con una exposición antológica en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que reivindica su figura bajo el título de Centennial. Decía Ivan Shaw, director de fotografía para Vogue, que Penn todo lo hacía bien: el retrato, la moda, los objetos. Pocos fotógrafos son capaces de moverse con tanta facilidad en las alturas. Su blanco y negro no te dejaba indiferente, pero sus imágenes de lifestyle estaban llenas de vida. Sus trabajos publicitarios para firmas como L’Oréal y su tratamiento de la imagen rompió para siempre la barrera entre lo comercial y la artesanía. Como él decía, retratar un pastel también puede ser arte.
Hijo de emigrantes rusos, la pintura siempre fue su sueño, pero con sus instantáneas creó obras tan inmortales como las que aparecen en los lienzos. Por eso, ahora el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le rinde un merecido tributo y celebra el centenario del nacimiento del artista. Sus trabajos meticulosos hacían pensar a los críticos que se pasó media vida detrás de la cámara y la otra mitad en el laboratorio o pensando en composiciones.
Cualquier fotógrafo de estudio hoy tiene en Irving Penn la mayor referencia, pues hasta la colilla de un cigarro tras un disparo se convertía en una obra única. Sus primeras imágenes en revistas de moda fueron retratos impecables de alta costura, con una elegancia sorprendente y una luz que cambió la mirada de las publicaciones de estilo. Su capacidad para pasar de los ojos de un pintor a una naturaleza muerta es admirable. La exposición Irving Penn: Centennial repasa como nunca antes todas las disciplinas que dominó el artista, con 70 años de carrera en imágenes de gran impacto en soportes y técnicas como la fotografía, el grabado o la pintura.
La muestra recorre sus diferentes caminos: carteles para la calle, incluyendo ejemplos de trabajos tempranos en Nueva York, el sur de Estados Unidos y México; moda y estilo para varios títulos internaciaonales y con muchas fotografías clásicas de Lisa Fonssagrives-Penn, la ex bailarina que se convirtió en la primera supermodelo, así como en esposa del artista; retratos de indígenas en Cuzco, Perú; pequeños cuadros de trabajadores urbanos; rostros de personajes de la cultura muy queridos, que van desde Truman Capote, Joe Louis, Picasso y Colette a Alvin Ailey, Ingmar Bergman y Joan Didion; retratos de los ciudadanos de Dahomey (Benin), Nueva Guinea y Marruecos vestidos de manera fabulosa; los últimos muertos de Morandi; desnudos voluptuosos; y gloriosos estudios de color sobre las flores.
La belleza en su concepción original. Además, se aprecia cómo el artista va transmitiendo las tendencias culturales de la época, y también su capacidad para hacer retratos comerciales. Su cuerpo de trabajo también muestra el auge de la fotografía en los años 70 y 80, época en que las revistas de moda tienen su esplendor. Pero el mundo sofisticado en el que vive Irving contrasta con sus fondos sencillos. Un rincón, una esquina le servían como gran escenario. De hecho, su lienzo preferido estaba hecho de una vieja cortina de teatro encontrada en París, que había sido pintada suavemente con unas nubes grises y difusas. Este telón de fondo siguió a Penn de estudio en estudio.
Otros puntos destacados de esta magna exposición incluyen imágenes recién desenterradas del fotógrafo desde su tienda de campaña en Marruecos, algo inédito que descubre al artista lejos del glamur, como por ejemplo lo que realizó en México o en Cuzco, con retratos sobrecogedores.
Así, las formas, los rostros, las sombras, las miradas y la rebeldía hacen inmortal la obra de Irving Penn. Impactos provocativos, como desnudos voluptuosos o detalles sutiles, cuando en su foto de moda retrata a la modelo descalza, cansada ya de tanta sesión fotográfica. Elegancia y rotundidad, provocación y belleza, dos registros que sólo un genio como él puede llevar a la máxima expresión.