Cada junio, al amanecer, la Ciudad de México presencia una escena particular: cientos de corredores toman las calles del sur capitalino para participar en la tradicional Carrera del Día del Padre. Un recorrido de poco más de 21 kilómetros que, más allá del esfuerzo físico, representa una celebración discreta de presencia, vínculo y disciplina.
El trayecto —que parte del Hotel Radisson Pedregal y culmina en Zacatépetl— ha adquirido un carácter simbólico: ahí coinciden generaciones que comparten más que una línea de salida. Hay miradas que se cruzan antes del disparo inicial, pasos acompasados durante el recorrido y una meta que, para muchos, se convierte en punto de encuentro más allá del tiempo registrado.
No todos corren acompañados, pero el vínculo está presente. A veces en la sincronía de dos zancadas, otras en el aplauso que espera en la meta. Es una forma de presencia que no necesita estridencia para dejar huella. Porque aquí, más que una marca en el cronómetro, importa el gesto: haber estado, haber compartido, haber sostenido el paso juntos, aunque sea por un tramo.
En tiempos donde el bienestar se ha integrado como parte fundamental del estilo de vida, este tipo de eventos se reafirman como espacios donde el cuerpo no sólo se ejercita, también se habita con intención. Una forma de cuidado silencioso y constante que encuentra en la disciplina una estética propia.
Este año, la carrera se celebra bajo el nombre de Lesotris®, marca que se suma como patrocinador principal. Su enfoque en la movilidad articular ha hecho de este suplemento una elección frecuente entre corredores que desean mantenerse activos sin interrupciones. Un apoyo silencioso, casi invisible, pero presente —como tantos gestos que hacen la diferencia sin necesidad de protagonismo.
La Carrera del Día del Padre no se define por la velocidad, ni por el podio. Se define por la intención. Por ese acto medido, elegante y persistente de estar ahí —sin adornos— en el momento que importa.
