TEXTO: MICAELA ZUCCONI
DESTINOS AZULES de mar y cielo, temperaturas y vientos acariciantes, un sol amable. Apenas escuchamos la palabra “vacaciones” y ya soñamos con una escapada cálida. Entre playas de arena blanca bañadas por aguas cristalinas, horizontes de islas y palmeras susurrantes, el trópico es todo menos triste (parafraseando el título del célebre libro del antropólogo Claude Lévi-Strauss). Aquí una selección — no exhaustiva— de rincones paradisíacos entre Oriente y Occidente, donde la arena puede dar paso a la bruma y el agua se transforma en un caleidoscopio de tonos azules. Saint-Barthélemy, en las Antillas francesas, es sinónimo de exclusividad, y el icónico Eden Rock (Colección Oetker) lo confirma. Ubicado sobre un promontorio rocoso en la bahía de St. Jean y rodeado de playas deslumbrantes, su historia se remonta a los años cincuenta, cuando el aviador y aventurero franco-caribeño, Rémy de Haenen, convirtió su hogar en un refugio para huéspedes. El éxito fue inmediato: desde estrellas de Hollywood hasta viajeros exigentes de hoy, el destino sigue siendo un referente de lujo.

Más aguas turquesas en el Caribe, esta vez en Amanyara, un santuario enclavado en una reserva natural de más de 7,200 hectáreas en las Islas Turcas y Caicos, territorio británico de ultramar. Entre arrecifes de coral y exuberante bosque tropical, este resort del grupo Aman — cuyo nombre en sánscrito significa “paz”— es una oda al bienestar. Desde su propuesta gastronómica hasta sus experiencias exclusivas, como el Programa Leyendas, que permite practicar deportes guiados por iconos del ámbito deportivo.

En la Península de Yucatán se encuentra Maroma, un hotel Belmond en plena Riviera Maya que este año recibió el premio Flor de Caña Eco Hotel en los World’s 50 Best Hotel Awards, ubicándose en el puesto 18. Un clásico de la hospitalidad caribeña, donde la relajación es absoluta. Destacan su spa Guerlain, el primero en América, con rituales inspirados en la medicina tradicional maya, y su cercanía a sitios arqueológicos como Tulum, Chichén Itzá y Ek’ Balam, además de ciudades coloniales como Valladolid.

En el frente asiático, a tan sólo una hora de vuelo desde Manila, en el norte de Palawan (Filipinas), se encuentra el santuario privado de Amanpulo, en la isla Pamalican. Fiel a la impronta característica de todas sus propiedades, este resort promueve la armonía con la naturaleza, buscando siempre el equilibrio entre relajación y disfrute. Desde el yoga al amanecer en la playa, la meditación bajo la luz de la luna hasta el masaje de la buena noche (que debería volverse un imprescindible), así el bienestar envuelve al huésped en cada momento.

Las Maldivas siempre un destino exótico, en el Océano Índico, siguen siendo una apuesta segura, sobre todo si se trata de una estancia en el Four Seasons de Kuda Huraa (Malé del Norte), en pleno corazón de una laguna de aguas celestiales. Un atolón que lo tiene todo para hacer olvidar la grisura del invierno, con una hospitalidad y estilo de vida que convierten la estancia en una experiencia por sí misma. En el mismo océano, pero en el archipiélago de las Seychelles, se encuentra el Six Senses Zil Pasyon, en la isla de Felicité, que es mitad reserva natural. Con sus pintorescas rocas de granito, arena coralina y un mar de indescriptible belleza, este lugar invita a la contemplación.

¿Qué hacer? Nada. Bastaría con dejarse envolver por la naturaleza idílica. Aunque, si se prefiere la acción, se puede nadar con tortugas marinas junto a la bióloga Lara Kalisch del Olive Ridley Project, una iniciativa dedicada a la conservación de esta especie. (Los resorts Six Senses Laamu y Zighy Bay también participan en este proyecto). Finalmente, en el Océano Índico, frente a la costa de Tanzania, se encuentra el Meliá Zanzíbar, en la costa este de la isla, rodeado de exuberante vegetación y con acceso directo a la playa, protegido por arrecifes de coral. En la capital, Stone Town, uno no se puede perder la visita a la casa museo de Freddie Mercury, el ex líder de Queen, quien pasó su infancia aquí. Y, de recuerdo, llevarse las especias de las plantaciones cercanas, cultivadas también en las islas Pemba y Prison Island. El aroma del clavo hará revivir el viaje. Hasta el próximo destino.
