Tom Cruise, el último héroe del cine de acción


TEXTO: MARÍA ESTÉVEZ

Tom Cruise pisó la alfombra roja del Festival de Cannes como una aparición cinematográfica: enfundado en color vino, sonrisa intacta, andar de leyenda demostrando que tiene carisma para muchos años más pero siempre con aíres de leyenda. Pero bajo esa fachada casi irreal, había algo profundamente humano: un hombre de 62 años que aún busca emocionarse y emocionar.

Llegó a Cannes para presentar Mission: Impossible – The Final Reckoning, la supuesta última entrega de una saga que ha marcado tres décadas de cine. Pero también vino a reafirmar su lugar como el último gran ídolo romántico del cine de acción. Un ídolo que no solo seduce desde el músculo y la acrobacia, sino desde una sensibilidad que rara vez se asocia al género.

Cruise ha sido muchas cosas en el imaginario colectivo: el joven irresistible, el rebelde apasionado, el espía invencible. Pero si algo no ha dejado de ser es un cuerpo en movimiento, un rostro que transpira compromiso, una figura de entrega absoluta. En esta nueva entrega, Ethan Hunt no solo corre “como siempre lo ha hecho”, sino que también se lanza al vacío, se desnuda, se arriesga. Lo vemos luchar en calzoncillos sobre un submarino, zambullirse con el torso desnudo, desafiar la lógica del tiempo.

Y ese esfuerzo no es accidental. “No hay un solo día en el que no lo dé todo”, dijo Cruise en Cannes. “He puesto todo de mí en esta película. Es un sueño cumplido. Solo quiero que el público la vea y la disfrute”. El aplauso de cinco minutos en el Palais no fue únicamente por la factura técnica o las acrobacias imposibles. Fue para él. Para el actor que sigue creyendo en el cine como un acto de fe.

Un muñeco de acción con alma Christopher McQuarrie, su inseparable director desde Rogue Nation, lo dijo con humor y ternura frente al público: “Cuando era niño, soñaba con tener mi propio muñeco de acción  y ahora lo tengo”. Cruise asintió, sin esconder una sonrisa que mezclaba orgullo y modestia. Y es verdad, Cruise encarna esa fantasía de héroe articulado que cumple los sueños ajenos. Pero lo que lo diferencia es que, incluso dentro de ese molde, introduce matices emocionales.

“Este personaje significa mucho para mí porque no es invencible. Ethan Hunt es alguien que carga con sus decisiones, con su soledad, con la pérdida. Y eso lo vuelve humano”. afirmó Cruise. Lo interesante es que interpreta a Hunt no como una máquina, sino como un hombre que duda, que sufre, que ama. Esa mezcla entre mito y fragilidad es parte esencial de su magnetismo.

Tom Cruise no necesita gritar para hacerse notar. Su presencia es potente pero nunca invasiva. En Cannes, mientras posaba junto al elenco y el equipo técnico, se mantenía un paso atrás, permitiendo que McQuarrie tomara el micrófono. Agradeció con gestos genuinos, con la mano en el pecho, como quien aún se sorprende del cariño que genera. “Estar aquí, después de tantos años, y recibir esta ovación es algo que jamás hubiera imaginado de niño. Estoy muy agradecido,”, dijo. Y en ese agradecimiento se percibía algo más que cortesía: un deseo real de conexión.

Porque lo más atractivo de Cruise no es su perfección, sino su persistencia emocional. Esa forma de seguir corriendo, literal o simbólicamente, hacia algo, hacia alguien. ¿Quién no ha soñado con un hombre que corre solo por alcanzarte? En tiempos de streaming y efectos digitales desbordantes, Tom Cruise es un acto de resistencia. Insiste en filmar en celuloide, en hacer sus propias escenas de riesgo, en lanzar sus películas exclusivamente en cines. Dead Reckoning Part One recaudó más de 570 millones de dólares, aunque fue considerada un desempeño discreto por los altos costos de producción. Ahora, con Final Reckoning, Cruise y McQuarrie buscan no solo redención taquillera, sino demostrar que el cine de acción aún puede ser un arte mayor.

“Me encanta el trabajo de dobles, las escenas físicas. No me paraliza el miedo. De hecho, me motiva,” dijo Cruise, cuando fue consultado sobre sus acrobacias. Y añadió: “Para mí, cada película es una oportunidad de ofrecerle al público algo auténtico, algo hecho con el cuerpo, con el alma.” McQuarrie, por su parte, fue más tajante: “Me preocupa el futuro del cine. El streaming puede llevarnos a la extinción. Cruise y yo queremos que la experiencia en pantalla grande sobreviva”. La aparición de Cruise en Cannes no fue simplemente una estrategia promocional. Fue una declaración de principios. Mientras sus contemporáneos se retiran o eligen papeles más cómodos, él sigue desafiándose. Habla con pasión sobre futuros proyectos, sobre nuevas historias por contar.

Al preguntarle si Final Reckoning será la última aventura de Ethan Hunt, se limitó a responder: “Esto representa la culminación de 30 años de trabajo. Pero no quiero hablar del final. Prefiero que la vean, que la vivan. Y luego
 ya veremos”. Hace solo unos días, Cruise recibió el BFI Fellowship, el mayor honor del Instituto Británico de Cine. En su discurso, recordó su niñez, su amor por el cine, sus primeros sueños: “De niño, no encajaba.

Mi vida era pura imaginación. Y ahora estoy aquí, haciendo lo que amo. Nunca lo planeé así, simplemente lo soñé.” Esa capacidad de seguir soñando, de seguir deseando, es lo que lo mantiene vigente. Desde una mirada masculina, Cruise no es solo el hombre a quien todos miran: es el que aún mira. Con hambre, con ilusión, con ternura. Es el hombre que, a pesar de haberlo ganado todo, sigue corriendo como si aún tuviera algo que demostrar. Y quizá eso sea lo más seductor de Tom Cruise, que cada vez que sonríe, que aparece en pantalla, que se lanza al vacío, sigue preguntándose si es suficiente. La respuesta, para muchas de nosotras, sigue siendo la misma: sí. Siempre lo ha sido.

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