Boleros: el brillante oficio que rinde culto al esplendor del calzado

Tierra de galanes y caballeros que valoran un buen traje y un zapato bien boleado. Forman parte de nuestro paisaje. Por eso los boleros en México están en cualquier calle, en todos los rincones, con su propia caseta, con su cajón en la mano preguntando “¿una boleada, patrón?”. También en escenarios de lujo, como el hotel Four Seasons, o en clubes privados, como el Piso 51; en el espacio para el gentleman de El Palacio de Hierro Polanco, te ofrecen barbería y boleada. En otros países son niños quienes lo ejercen, como en Afganistán o Marruecos. En México, están organizados con grandes profesionales con más de treinta años de trayectoria.

Zapato Crockett & Jones, disponible en Silver Deer.

Hay un puesto de boleadores, La Boleada del Amigo Dani, que dicen es el mejor del rumbo de Polanco. Un hospital de calzado en la calle Ferrocarril de Cuernavaca, con más de treinta y cinco años de experiencia, forma a las nuevas generaciones a través del arte de los más veteranos. Un soporte de metal aloja ocho sillas, que parecen las de un deportivo donde los zapatos salen nuevos. Se dejan y se recogen, se les da brillo, se les arregla y hasta les ponen agujetas nuevas. Llegan a primera hora los guardaespaldas y asistentes de políticos con un arsenal de zapatos para el boleado: todo un espectáculo. La política exige etiqueta.

Hablamos con uno de los boleros, que ha lustrado los zapatos de Marcelo Ebrard, y nos dijo con orgullo que el político llevaba los zapatos más limpios del Congreso. En la estación de boleros de Ferrocarril de Cuernavaca, donde se juntan entre 10 y 12 profesionales, acuden hombres poderosos a lustrar su calzado, entre otros el mismo Carlos Slim. El actor Mario Moreno Cantinflas rindió homenaje a este oficio con su película El bolero de Raquel. Cumbias, danzones y música caribeña hablan de esta simpática figura. Hasta Bing Crosby y Frank Sinatra dedicaron una canción al Shoe shine boy.

 

Zapato Crockett & Jones, disponible en Silver Deer.

Este oficio forma parte de la cultura urbana de México. Muchos personajes empezaron su vida profesional como lustradores de zapatos, y el aspirante a presidente de México Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, presume en campaña su origen de bolero, oficio que ejerció para poder pagarse sus estudios.

El mismo Pelé fue un gran lustrador de zapatos. Luego, sus botas dieron lustre y gloria al futbol mundial. Cuando uno llega a un buen bolero, lo primero que hace es ofrecer una buena revista, un periódico, para que esté relajado mientras el maestro trabaja. Si ve que el zapato no está en condiciones, puede animarlo a repararlo, como un dentista nuestra boca, o le hace un cambio de agujetas que deje mejor imagen.

A su lado siempre el mágico cajón, que alberga betunes, cremas, trapos, pinceles, fórmulas mágicas de abrillantadores. Grasa, tintas, crema, jabones, pintura para suelas, gasolina blanca… todo cabe para reanimar el calzado. El Oso es una de las marcas que domina el sector del betún.

La jornada se extiende de siete de la mañana hasta las cinco de la tarde. Cualquier tipo de calzado se limpia, ya sea de cuero de becerro, cocodrilo, de gamuza, de ante, tenis. Cada bolero puede bolear unos 20 o 25 pares de zapatos, a unos 20 pesos la boleada. Se cobra a diario, no hay que esperar hasta la quincena.

Una boleada deber durar unos quince días si está bien hecha, y si es buena cuidará la piel, no la empapará. Por eso, es el mejor aliado de nuestros buenos zapatos. Es tarea de los artistas del lustrado. Un trapazo, dedos embarrados de grasa, cepillos a ritmo de swing, pinceladas con precisión, y trasforman el polvo en brillo. Un milagro cotidiano. Gloria a estos sanadores de nuestros amados zapatos. Dice una vieja canción que, para este trabajo, “no hace falta formación, pero yo tengo gran vocación, con corazón y cepillo, al zapato saco brillo”.

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