El objetivo es disfrutar del automóvil y del placer de conducir a cielo abierto. Los motociclistas pueden entenderlo. A veces, no importa tanto el destino, ni siquiera la compañía; lo importante es el viaje, sobre todo cuando las condiciones se adaptan a las circunstancias: un plácido paseo, en un día soleado, en contacto con la naturaleza y la brisa del mar o la montaña. Esa es la esencia de un descapotable. Quizás demasiado limitada para los fabricantes de coches, que se han lanzado a añadir a sus diseños las soluciones tecnológicas y estructurales necesarias para minimizar las desventajas que amenazan la compra de uno de estos caprichos y que hablan de temporalidad, condiciones climatológicas adversas, ruidos o esforzadas maniobras con la capota.
Pues bien, vayan desterrando tópicos. Los fabricantes de descapotables –normalmente asociados, con razón, a las marcas top– han perfeccionado sus diseños hasta conseguir, por ejemplo, que la capota se pliegue o se extienda en apenas unos segundos y con el coche en marcha; que la aerodinámica tenga también efectos para reducir el ruido a la mínima expresión, o que los sistemas de climatización sean tan inteligentes como para detectar si ruedan con o sin capota y actuar en consecuencia.
Cabrio, Targa, convertible, roadster, spyder… Los hay para todos los gustos y cada uno de ellos responde a un tipo de carrocería y posiblemente a los gustos de un cliente diferente. En un país con un clima privilegiado, es la hora de lanzarse a disfrutarlos.