¿Qué hay en el clóset de un gentleman? Las claves de la sastrería italiana

Los caballeros elegantes se visten en una sastrería, con trajes destinados a durar años, aún ensanchados o encogidos por manos expertas. Carlos, Príncipe de Gales, cuando se enteró de que el sastre que iba a tomarle las medidas iba en un Rolls-Royce, le dijo a su secretario: «No me sorprende que los trajes sean tan caros». ¿Esnobismo? Quizás. Sin embargo, también elegancia. Y son cada vez más los caballeros que siguen las huellas del Príncipe, porque un traje hecho por un sastre de verdad, cómodo como una segunda piel, absoluto como el ADN, es el punto de llegada de un estilo de vida y de un cuidado que tiene raíces antiguas y que son magníficamente interpretadas por los grandes artesanos del lujo.

Caballeros con mucha paciencia que —con metro y tijera en mano— rechazan la industrialización y aman y transforman los tejidos según reglas estrictas, logrando transformar un cuerpo normal en una figura elegante. Un trabajo de valor. Así, en Italia se regresa al hecho a mano, gracias también a una escuela que siempre ha estado presente en toda la península que, a estas alturas, todos consideran a la par —o hasta superior— a la escuela anglosajona. Y que, desde los talleres locales, desembarca en todo el mundo: en Londres, en Estados Unidos, en Japón, en China, en Singapur y también en México con nombres como Tomorrowland, Havoc, Morera Grosso, por mencionar algunos. Todo en una continua gira de alfiler e hilo.

EL TOQUE FINAL

El toque final para un gentleman es el sombrero. De este se puede entender el carácter de un hombre. Basta pensar que Fred Astaire, cuando compraba uno, lo lanzaba varias veces contra la pared para darle un aspecto más viril y vintage. La alternativa más elegante es seguramente el borsalino o fedora. Protagonista entre los años veinte y cincuenta en las películas de Hollywood (Casablanca, entre todas, donde lo llevaba Humphrey Bogart), el sombrero se ha vuelto uno de los elementos más icónicos del guardarropa masculino gracias a muchos estimadores: de Al Capone a Federico Fellini, de Sean Connery a Johnny Depp (a la izquierda). Muchas son las combinaciones de materiales (con los tejidos de algodón la rafia es un clásico), colores y fantasías, que cambian en base a la temporada, mientras el cinto es de gros grain o de canneté, de un solo color o en contraste, como se puede ver en las ilustraciones.

«No usamos la talla, es algo que ni tenemos en cuenta», nos cuenta Andreacchio. «Más bien empezamos por las medidas del cliente: tomamos 26 en total, y con ellas hacemos un traje personalizado que tendrá que pasar cuatro pruebas». Aquí nada es preformado. «El cliente tiene que sentirse cómodo, como en una pijama», nos explica Andreacchio. «No tiene que sentir la necesidad de quitarse el saco para manejar, debe poder enfrentar un día de juntas sin pensar en lo que lleva puesto». El resto del país no se queda atrás. La Sartoria Vergallo de Varese, nacida en 1943, es donde trabaja Gianni Celopazzo, que se divide entre la sede de Milán y los trunk shows mensuales de Londres. Cleopazzo rechaza todo tipo de industrialización y rapidez, trabaja según un estilo clásico, con tejidos típicos italianos, pero con un ojo a los ingleses e irlandeses.

La tradición véneta, por otro lado, es maestra en Vicenza con Massimo Pasinato, de 44 años, que hace este trabajo desde hace casi 30. «No siempre es fácil entender qué significa un traje completamente hecho a la medida con un trabajo de por lo menos 60 horas», nos explica, «sin embargo, estamos viendo un regreso a la sastrería. Quizás más bien el problema sea no encontrar el número suficiente de sastres». Pasinato trabaja según un arte que ha aprendido desde muy joven. «Manejo también otra línea que se llama Max», nos cuenta, «con elementos industriales. Sin embargo, no se combinan. Mantengo las dos ramas de la empresa bien separadas.» El único toque de modernidad que Pasinato acepta es el uso de las redes sociales para explicar qué significa de verdad una prenda hecha artesanalmente. Él también lleva su know-how a Londres, Hamburgo y Zúrich.

Massimo Capobianco trabaja en Roma, pero se inspira en la sastrería napolitana. Su especialidad es la «manga de camisa» que hace el saco más joven y suave. «Todo se ha quedado como en el pasado: metro, alfiler, hilo, plancha…», nos dice. En Solito, en Nápoles, el saco a la napolitana es la regla, sin embargo, el desafío se extiende a todo el guardarropa del gentleman. «En sastrería todo se ha quedado como cuando trabajaba mi abuelo», se entusiasma Luigi Solito, «hasta la máquina de coser es de pedal. No es siempre fácil convencer al cliente, sin embargo, la mayor satisfacción después de haber confecciona- do un abrigo, como el de cachemira, indispensable para un caballero elegante, es verlo satisfecho». En Palermo, la sastrería Crimi, ya en su segunda generación, exporta su conocimiento, rigurosamente artesanal, hasta China.

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