Truman Capote, el cisne negro

“Una mujer hermosa, bellamente elegante, nos impresiona como lo hace el arte, cambia el clima de nuestros espíritus”. Eran esas damas que aparentemente eran veneradas por la alta sociedad como grandes musas. Autor de talento, mordaz, chismoso, retrató como nadie la vida de las mujeres de la jet set a las que bautizó como cisnes. Pero, decía Marella Agnelli, “francamente él no nos adoraba”. Estas princesas de los grandes salones, estaciones de esquí o playas de moda, le provocaban miedo y admiración. Se cumplen cien años de la muerte del gran cronista de la alta sociedad que el siglo pasado se paseaba por St. Moritz, Acapulco, Los Ángeles o Nueva York. El escritor estadounidense Truman Capote, falleció con 59 años. En sus últimos días le acompañaron drogas, sedantes y alcohol. Las dos obras que le hicieron universal fueron Desayuno en Tiffany`s, que Audrey Hepburn interpretó en el cine y A sangre fría, una crónica periodística de un crimen, elevada a obra maestra.

Truman Capote nació en el Deep South de Estados Unidos, en Nueva Orleans, Luisiana. Al casarse su madre con Joseph García Capote, un hombre de negocios cubano, el niño adoptó el apellido de su padrastro. En 1942 se trasladó a Nueva York, donde empezó a trabajar en el departamento de arte de la revista The New Yorker. En 1946, un relato suyo mereció el prestigioso premio O. Henry Memorial Award y le proporcionó ofertas de las más importantes editoriales norteamericanas.

En 1948 publicó Otras voces, otros ámbitos, una novela autobiográfica sobre la decadencia de una mansión de Nueva Orleans que mostraba claras influencias de William Faulkner, de Marcel Proust y de Djuna Barnes. Su capacidad para mezclar el idioma con sentimientos poéticos y su mirada mordaz le convirtieron en un escritor genuino. Capote reconoció que “Io más importante es el estilo, no es lo que estoy diciendo sino cómo lo estoy diciendo.” Amante de la provocación señalaba que “sólo los imbéciles o los idiotas son felices”. Su obra más conocida fue A sangre fría, en la que contó cómo dos delincuentes mataban a un pacífico granjero norteamericano junto con toda su familia. Algunos críticos le acusaron de desear la pena de muerte para los protagonistas de su novela, porque eso situaría al libro en lo más alto de las listas de ventas.

Acostumbrado siempre al escándalo, reconoció públicamente su homosexualidad y defendió la causa gay frente a la represión. “Sagaz, amable, divertido y extremadamente cariñoso. Pero bajo los efectos del alcohol su agresividad se disparaba, mordía”. Así describió el fotógrafo Richard Avedon a uno de sus mejores amigos, el escritor estadounidense Truman Capote, con quien colaboró en el reportaje del que después nacería A sangre fría. Además de su talento como escritor, Capote tenía fama de ser un conversador excepcionalmente entretenido, habitual en las grandes galas. Según contaba Philipp Seymour Hoffman, quien le interpretó en la oscarizada película Capote hace cuatro años, “era un hombre que no tenía poder sobre sus propios demonios”.

Tuvo una infancia difícil, su madre se suicidió en 1954 y vivió su primera infancia con tías y primas. Con sensación de abandono, incomprensión y miedo. Se refugió pronto en la escritura y con veinte años ya estaba publicando sus relatos en revistas como Harper’s Bazaar o The Atlantic Monthly. Su primera novela fue Otras voces, otros ámbitos, un éxito de crítica que le dio fama instantánea en 1948. Guionista de cine, incluso escribió para Broadway, autor prolífico de cuentos y novelas. Murió sin haber completado su esperada última “obra maestra”: Plegarias atendias. En una entrevista en 1978 Capote comentó: “Tenía que tener éxito, y tenía que tenerlo pronto. Lo que pasa con la gente como yo es que siempre sabíamos lo que íbamos a hacer. Mucha gente se pasa la mitad de su vida sin saberlo. Pero siempre supe que quería ser escritor y que quería ser rico y famoso”.

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